Cuando el pueblo quiere que lo logres (Cuento)
Cuando el
pueblo quiere que lo logres
El día comenzó soleado, pero con pronóstico
de lluvia en la tarde. Mi olfato natural me decía que nada iba a pasar, sin
embargo, mi instinto falló, y el agua comenzó a caer según lo pronosticado.
Después de pasar una hora esperando mi turno en el banco, emprendí viaje en
busca de un libro al otro lado de la ciudad ,en una librería en San Telmo. Decidí
tomar el tren hasta Retiro y caminar, la estación más cercana estaba a unas
cuadras de casa, una calle de adoquines la circundaba. Camino a ella, sabía que
la calle desembocaba en el andén que se dirigía a Suarez o Mitre, por lo que
debía cruzar por el puente hacia el andén de enfrente, el que se dirigía hacia
Retiro. Me acerqué a la zona desde la que podía ver el televisor que indicaba, en
cuantos minutos, llegaría el tren que me llevaría a mi destino. Las cuadras
pasaban y el numero en la pantalla comenzaba a tomar dimensión: se trataba de
un numero de baja denominación. Empecé a impacientarme porque creía que, en
cualquier momento, vería el digito y, para llegar, debería correr, pasar mi
sube, seguir por el andén hasta el puente, subir las escaleras y cruzar. Así
sucedió en cuanto divise el número cero: arranque a correr, pase el molinete,
escuche el sonido de la bocina del tren anunciando su llegada. En ese momento, sentí
que debía acelerar, todavía faltaba un largo trecho. La gente se alertó al
verme correr, un hombre, al pasar por su lado, hizo el gesto con sus manos de
que debía apurarme si quería llegar. Aceleré como hacía mucho tiempo no lo
hacía, usando las puntas de los pies, como en las carreras escolares .A pesar
de la velocidad que estaba tomando, sentí que no llegaría, que me agotaría en
vano, pero subí las escaleras, cruce el puente, con la mirada perdida y sin
esperanza, pero no baje el ritmo .Las puertas se abrieron, la gente comenzó a
bajar y subir las escaleras del puente, ocupaba un lado del camino. Seguí
desesperanzado, pero a toda velocidad, terminé de bajar las escaleras y la
verdad llegó a mis ojos: la puerta se cerraba, el tren iniciaba a preparar la
salida. Ahí fue cuando escuche el grito a dúo: “Dale,Wachoooo”. Dos pibes
sostenían la puerta de un vagón para que no se cerrara. Repitieron:“daleee,wachooo”.
Mi sorpresa fue grande, dije “que suerte la mía”. Creí que ellos estaban en la
misma situación que yo, que entrarían conmigo al vagón, pero no fue así. Ellos
lo hacían para que mi esfuerzo no fuera en vano. Entré al vagón, y mi felicidad
fue mucha .Los miré por la ventana y vi el guiño de sus ojos. Les levante el pulgar
de la mano derecha en señal de agradecimiento, cruzamos sonrisas. Fui para el
furgón y me senté en el suelo, en una esquina, a respirar, a recuperarme del
gran esfuerzo, todo eso musicalizado con la cumbia santafesina que salía de mi
auricular. No era ninguna casualidad.
Iña
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