XXXI. Música para todos los gustos
Ha sido la 1790 el año más estéril en la producción de Mozart. Solo al final, después de los cuartetos para el rey de Prusia, surge el Quinteto de cuerda en re. Mozart ya no espera en el porvenir y ve escapársele la vida; ya no tiene que gustar al público ni hacerle aquellas concesiones irónicas para pasar de contrabando su originalidad, lo que no quiere decir que ceda en su estilo anterior; por el contrario, lo extrema sin frenos ni límites. Así en este quinteto pone más ciencia musical ( tres fugas y un canon) y más fantasía que en ninguna obra anterior. Y como en una añoranza última, el ser castigado por la vida, vuelve a recobrar el acento puro de su niñez, el más cercano a su origen, a aquel momento en que el serafín se extravía en el mundo de los hombres.
Todavía compone un concierto, El concierto de piano y orquesta en si bemol para una de audiciones que se empeña vanamente en ofrecer a os frívolos vieneses.Pero después, durante algunos meses, no recibe ningún encargo de consideración y ha de desmenuzar su genio en migajas. Así, compone una nueva fantasía para el organillo mecánico del relojero y tres cancioncillas fáciles para un periódico infantil, tituladas Deseo de primavera, Al despertar la primavera y Juegos de niños. Y para los bailes populares, danzas a granel, escritas en un cuarto de hora, en el ángulo de una mesa, a veces en el mismo salón de baile, y vendidas a cambio de un pedazo de pan. Mozart entrega, uno tras otro, para orquesta completa : doce minuetos, catorce alemanas, nueve contradanzas y seis valses lentos, que se conservan, y otros muchos que se han perdido. No importa el tema a Mozart ; gracias a su humildad frente a los objetos y formas de su arte, se sume por entero en la obra y transfigura.Para poder comer --- dice Henri Gheon--- garabatea en una mesa ocho compases a tres tiempos de una tema de danza, que no pueden añadir nada a su gloria, pero al escribirlos él mismo queda cogido; él danza también... Vedle aquí perdido en su objeto; es decir, salvado por el arte. Dichosa simplicidad, dichosa infancia. El lleva antifaz y dominó y se balancea y gira como el bailarín anónimo a quien tiene la misión de divertir; ya no es Mozart, es ese bailarín. Para este bailarín y para sí mismo coge al vuelo las primeras ideas que se le ocurren, las más triviales, las más usadas, canciones de la calle, cadencias de escuela, ritornelos de violinistas ciegos, el lenguaje común de una música que sirve para todo; es decir, para no gran cosa, al menos nada musical. Mas he aquí el milagro; como con aplicación , con placer estas trivialidades que en su tiempo--- hace mucho , en lo remoto de los tiempos--- fueron nuevas y raras, recobran como por arte de magia rareza, su novedad, la flor misma de su nacimiento; sí, suenan como acabadas de nacer y su trotecillo se convierte en vuelo. Rehabilitadas, reproducidas, tienden la mano a invenciones completamente nuevas que se disparan del seno de lo convencional... ´´ Si para Mozart no hay empresa demasiado vasta ni demasiado noble ni demasiado ardua, tampoco hay nada demasiado vulgar ni demasiado mezquino ni demasiado fácil. ¿ No he señalado este rasgo de su naturaleza generosa? El se mete a fondo en cada una de estas obrillas y con arte entero´´
Algunas danzas llevan títulos pintorescos como El canario, Paseo en trineo, las muchachas maliciosas, y , por humildes que parezcan, son las hermanas legítimas de las grandes obras de Mozart. Al mismo tiempo, Mozart compone algunas obras encargadas por modestos clientes, que ven en el apuro económico del maestro una ocasión para tener una obra suya. Es como una liquidación, una almoneda; se acude a él lo mismo que a una tienda de saldos y gangas. Cantantes que quieren un aria especial para su voz, un contrabajo que se desea un concierto para que su instrumento destaque por encima de la orquesta, un empresario que pide coro para cerrar una ópera cuyo final es opaco y deslucido, una artista ciega --- Mariana Kirchgassner-- que ha conseguido ser una virtuosa en la armónica, y para darse a conocer necesita una obra a propósito; un comerciante medio chiflado de Hamburgo, F. H Ziegenhagen, que ha escrito un voluminoso y disparatado libro sobre Misterios de la creación y quiere prologarlo con una hueca poesía puesta en música por Mozart.
A la puerta de la casa de Mozart podría clavarse una placa que dijera : ´´ Memorialista de música. Se escriben y arreglan obras para todos los gustos y todas las necesidades. Rapidez , esmero. ´´ El caso es , para vergüenza de la alta sociedad vienesa, que Mozart, músico de portal, vive mejor que en el terrible año 1790, cuando solicitaba cargos en la corte y abonos para sus conciertos. Pero se diría que aun par escribir estas composiciones de ocasión se viste, como Buffon antes de sentarse ante las cuartillas, la casaca de terciopelo con puños de encaje. En realidad, no necesita vestírsela, porque él tiene la elegancia en el alma y no puede descender a la achabacanamiento y la chapucería. Cada una de estas obras, despachadas al por menos, es tan bella y tan rara como el producto único de una larga depuración. Ya hemos hablado de sus danzas populares , pero las arias para cantantes son asimismo páginas de gran hermosura, donde Mozart no desdeña malgastar invenciones originales; el concierto para armónica, acompañada de flauta, oboe, viola y violonchelo sorprende por la novedad de timbres y colorido, y la pequeña cantata para el libro del comerciante hamburgués es, según juicios autorizados ´´ una obra maestra de cuatro páginas´´. ´´ una evocación sublime´´. ´´ un canto soberano´´. En el mes de abril Mozart trabaja en un nuevo quinteto, el Quinteto de cuerda en mi bemol, escrito por encargo de algún aficionado que quiere ayudarle. Es el último y es también , como su sinfonía postrera, la cima. Se le ha llamado el Quinteto de los pájaros, y podría llamársele también ´´ la apoteosis del trino clásico´´ , porque con sus contantes trinos lleva a pensar que Mozart ha dado suelta en él a todos los pájaros que había en su alma. Si no fuese por el acento de ternura que empapa todas las melodías y al cual Mozart no renuncia nunca, diríamos que es la música pura sobre la cual tanto se ha teorizado modernamente sin haberla realizado nunca. Más allá ni siquiera puede haber música, porque llega a las últimas posibilidades de este arte, lo que equivale a decir que roza sus imposibilidades ya en las fronteras del silencio.
Por lo últimos días de marzo comienza Mozart la composición de su última ópera, La flauta encantada. Seguramente, el empresario Shikaneder, que se la ha encargado, le adelanta algún dinero, puesto que , en junio, Constanza, otra vez encinta, se traslada nuevamente a Baden para continuar el tratamiento. Para ella el viaje es, además , una evasión a la tranquilidad , lejos de los cuidados de la casa, de la agitación en que vive Mozart, cargado de lecciones y trabajos que apenas dan para vivir malamente al día, absorbido por su nueva ópera, que le quita el sueño y trastorna las horas de las comidas. En Baden ella podría entregarse a su innata indolencia , libre de preocupaciones. Entre tanto, Mozart, en Viena, sufre por su soledad y su incapacidad práctica. No tiene quien le planche la corbata, ha perdido la llave del reloj, ´´ Oh desorden!´´ Al fin deja su piso, triste y sombrío sin Constanza, y duerme en casa de su amigo Leitgeb, como al azar, muchas veces completamente solo, en la ´´ L a corona de Hungría´´, otras con Sussmayer, su discípulo, o en casa de Puchberg, o con su empresario Schikaneder.´´ ¡ Si tuviera solamente un alma para consolarme un poco! No me conviene estar solo cunado tengo algo en la cabeza. ´´ Necesita sociedad alegra fuera de casa y compañía amable en el hogar. En cuando puede se escapa a Baden y lleva a su mujer un sobrero, un lazo... En una de estas estancias compone su famoso Ave Verum para el maestro de capilla de la iglesia de Baden, Stoll, que ha prestado algunos servicios a Constanza. Desde Viena escribe a su mujer cartas llenas de solicitud, de recomendaciones higiénicas sobre los paseos y los baños, donde no faltan tampoco consejos de conducta, como cuando le suplica que para ir al casino espere su llegada : ´´ a causa de cierta compañía, ya me comprendes´´. Nunca habla de su salud, cada vez más endeble, ni del exceso de trabajo, que le obliga a levantarse antes de las cinco de la mañana; en cambio, sus cartas rebosan de ternura infantil , que a veces se desborda en palabras sin sentido:
´´ No puedes proporcionarme mayor placer que el verte contenta y satisfecha, porque solo con saber que nada te falta todas mis penas me son agradables y estimadas.Sí, la situación más desagradable y más embrollada en que jamás haya podido verme, solo será una bagatela si sé que estás bien de salud y contenta. Aprovéchate de tus pocos comensales y que os acordéis y habléis con frecuencia de mí... Quiéreme siempre como yo te quiero y sé tú siempre mi Stanzi Marini, como yo seré siempre tu
Stu! Kaller paller! Schinip-Schnap-Schnur -Schnepeperl!- Snai!
Un par de bofetones a N... diciéndole que habías querido matar una mosca que yo había visto que le paraba. ¡Adios! ¡Coge, coge... Bs... bs... bs... tres besos dulces como azúcar que vuelan hacia ti.
Sin embargo, en una de estas despedidas dice un día: ´´ Te beso mil veces y digo en el pensamiento contigo: La muerte y la desesperación fueron su salario. No es nada: es simplemente un verso de la ópera que está componiendo, pero suena como un presagio.A fines de junio el hotelero de Constanza reclama el precio del hospedaje. Mozart le envía cuanto tiene, tres florines, y después de una nueva petición a Puchberg, veinticinco más.Sin duda la cuenta queda liquidada, porque Constanza sigue en Baden.
Pero Mozart se aburre cada vez más:
No te puedes dar idea-- le escribe-- cómo me pesa el tiempo lejos de ti. no puedo explicarte mi impresión..., es una especie de vacío que me hace mucho daño. una cierta aspiración jamás satisfecha que no cesa nunca, que persiste siempre y crece día a día. ¡ Cuando comparo la alegría de niños con que hemos pasado juntos el tiempo en Baden y las horas tristes y aburridas que paso aquí! Ni siquiera mi trabajo me entretiene , porque estoy acostumbrado a levantarme de cuando en cuando para cambiar dos palabras contigo, y esta satisfacción no la puedo tener ahora, desgraciadamente. Si me acerco al piano y canto algún trozo de mi ópera , tengo que pararme enseguida... , porque me hace demasiada impresión.
¿Qué impresiones son estas que acometen a Mozart cuando en la soledad de la casa hace sonar un acorde, que deja apagarse como sobrecogido por el perturbado silencio? ¿ Qué es este vacío que siente a su espalda y se apodera de su voz y la extingue?